lunes, 25 de febrero de 2008
domingo, 3 de febrero de 2008
viernes, 1 de febrero de 2008
Arnau tembló cuando sintió el roce de Mar sobre su rostro.
Giró sobre si mismo y huyó.
En aquel mismo momento, en algún lugar del solitario y oscuro camino a casa, un esclavo levantó la vista al cielo y escuchó el grito de dolor que lanzaba la niña a la que había cuidado como a una hija suya. Nació esclavo y había vivido como tal. Había aprendido a a mar en silencio y a reprimir sus sentimientos. Un esclavo no era un hombre, por eso en su soledad, el único lugar en el que nadie podía coartar su libertad, aprendió a ver mucho más allá que todos aquellos a quienes la vida les obnubilaba el espíritu. Había visto el amor que sentían el uno por el otro y había rezado, a sus dos Dioses, para que aquellos seres que tanto amaba lograran liberarse de sus cadenas, unas ataduras mucho más fuertes que las de un simple esclavo.
Rompió a llorar, una conducta que como esclavo tenía prohibida.
LA CATEDRAL DEL MAR...
Giró sobre si mismo y huyó.
En aquel mismo momento, en algún lugar del solitario y oscuro camino a casa, un esclavo levantó la vista al cielo y escuchó el grito de dolor que lanzaba la niña a la que había cuidado como a una hija suya. Nació esclavo y había vivido como tal. Había aprendido a a mar en silencio y a reprimir sus sentimientos. Un esclavo no era un hombre, por eso en su soledad, el único lugar en el que nadie podía coartar su libertad, aprendió a ver mucho más allá que todos aquellos a quienes la vida les obnubilaba el espíritu. Había visto el amor que sentían el uno por el otro y había rezado, a sus dos Dioses, para que aquellos seres que tanto amaba lograran liberarse de sus cadenas, unas ataduras mucho más fuertes que las de un simple esclavo.
Rompió a llorar, una conducta que como esclavo tenía prohibida.
LA CATEDRAL DEL MAR...
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